Eurovisión vuelve a temblar y, una vez más, la sacudida la ha provocado uno de sus ganadores más inolvidables. Nemo, triunfador de la edición 2024 con The Code, ha anunciado que devolverá su Micrófono de Cristal a la Unión Europea de Radiodifusión (EBU) como respuesta a la decisión de permitir la participación de Israel en el festival de 2026.

Y aquí es donde entra la ironía eurovisiva del destino… algo debía intuir Nemo cuando, durante la rueda de prensa de su victoria, se le rompió el trofeo en directo.
Lo que entonces parecía un accidente gracioso ahora suena a tráiler de lo que estaba por venir.

“Este trofeo ya no representa los valores que debería”

En su comunicado, Nemo explicó que, aunque guarda cariño por Eurovisión y su comunidad, “el micrófono ya no puede estar en mi estantería” porque el festival ha tomado un rumbo que, en su opinión, contradice los valores que dice defender: diversidad, libertad y respeto a los derechos humanos.

La confirmación de la participación de Israel —en pleno debate internacional sobre vulneraciones de derechos en Gaza— ha sido el detonante para una decisión que no solo es simbólica, sino profundamente política, aunque a la EBU no le guste esa palabra.

Un gesto que llega en medio del terremoto eurovisivo

La protesta de Nemo coincide con la retirada de varios países —entre ellos España, Irlanda, Islandia, Eslovenia y Países Bajos— que han declinado participar en Eurovisión 2026 por motivos similares. Un desplome histórico que cuestiona la insistencia de la EBU en mantener que “Eurovisión no es político”.

Porque, sinceramente, si Eurovisión no es político, entonces qué es: ¿una gala de fin de curso con baladas y confeti?

Cuando un trofeo roto dice más que mil comunicados

El gesto de Nemo devuelve al festival una reflexión que va más allá del espectáculo:
¿qué sentido tiene celebrar la diversidad si no se defienden los derechos básicos de quienes la encarnan?