Ser adolescente ya es bastante jodido como para encima tener que esconder quién eres en el instituto. Entre exámenes sorpresa, profes que te mandan deberes como si no tuvieras vida y el drama de sobrevivir a las clases de educación física, ya tenemos suficiente. Pero si encima formas parte del colectivo LGTBIQ+, la mochila pesa el doble. Y no hablamos de libros de texto, sino de miedo, inseguridad y silencio obligado.

Según un reciente estudio sobre diversidad en la educación, más de la mitad del alumnado LGTBIQ+ en secundaria ha sufrido odio en su centro educativo. Y ojo, que no hablamos de “pequeñas bromitas”. Estamos hablando de insultos que te destrozan por dentro, acoso constante y miradas que hieren más que una nota suspensa en matemáticas. Es ese tipo de violencia invisible que cala día tras día, hasta que convierte los pasillos del instituto en un campo minado.

Y por si fuera poco, solo 1 de cada 4 estudiantes se atreve a ser visible en clase. El resto calla, se esconde, finge. Tragan miedo y aprenden a bajar la cabeza para no llamar la atención. Porque aunque suene fuerte, en pleno 2025 el instituto sigue siendo, tras la calle, el segundo espacio donde más odio sufre el colectivo. ¿De verdad alguien puede llamarlo “espacio seguro”?

Educación que presume de inclusiva, pero no lo es

Aquí es donde empieza el teatrillo: en teoría, España tiene leyes que protegen nuestros derechos. La famosa Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y LGTBI+ establece que en los colegios e institutos debe haber protocolos, planes de sensibilización, formación del profesorado… vamos, que sobre el papel todo pinta precioso.

Pero luego llega la práctica. Y la práctica es que muchas aulas siguen ancladas en el pasado. Profes que se hacen los locos, directores que “no quieren líos” y comunidades autónomas que recortan o ralentizan la aplicación de estas medidas. Así, los chavales crecen sintiéndose solos, invisibles y vulnerables.

Y no, no es porque los adolescentes sean más “sensibles”. Es porque el sistema educativo sigue fallando. Porque mientras algunos profes y centros se dejan la piel en apoyar la diversidad, en demasiados sitios se mira hacia otro lado. Y mirar hacia otro lado, cuando hay odio de por medio, es ser cómplice.

El doble castigo de la invisibilidad

Aquí viene lo más doloroso: no ser visible no siempre es una decisión libre. Muchas veces es una cuestión de supervivencia. Si decir “soy gay”, “soy trans” o simplemente “soy diferente” implica que tus compañeros te acribillen a insultos, que el profe no te defienda y que acabes comiendo solo en el recreo, ¿qué haces? Callas. Te tragas las ganas de ser tú mismo. Y aprendes a disfrazarte para sobrevivir.

Pero ese disfraz tiene un precio. ¿Cuántos futuros líderes, artistas, deportistas o activistas se están apagando en silencio porque el instituto no les deja brillar? ¿Cuántas historias de talento y orgullo estamos perdiendo solo porque no supimos crear un entorno seguro?

La adolescencia debería ser esa etapa en la que te descubres, te pruebas estilos, cambias de grupo de amigos diez veces y te enamoras por primera vez. No debería ser el momento en el que te obligan a reprimir quién eres para encajar en un molde que nunca fue diseñado para ti.

Lo que necesitamos YA

Basta ya de discursos vacíos. Basta ya de aplausos cuando se aprueba una ley y silencio absoluto cuando toca aplicarla. Si queremos que los institutos sean espacios de orgullo y no de miedo, necesitamos:

Centros que abracen la diversidad de verdad, no solo colgando una banderita un día al año. Profesorado formado, que sepa detectar el odio y frenarlo desde el minuto uno. Protocolos reales, aplicados en todos los centros y no guardados en un cajón.Y sobre todo, un cambio cultural que entienda que la diversidad no es un añadido: es parte de la educación.

Porque no se trata de proteger al alumnado LGTBIQ+ como si fueran “frágiles”. Se trata de garantizar que cada joven pueda vivir su adolescencia con seguridad, respeto y orgullo. Y eso no es un lujo, es un derecho básico.

La otra cara de la moneda: la política del retroceso

Mientras algunos gobiernos autonómicos apuestan fuerte por la diversidad, otros se dedican a poner piedras en el camino. Discursos políticos contrarios a la igualdad, intentos de derogar leyes autonómicas, mensajes que legitiman el odio. Y claro, si desde arriba mandan señales de que “esto de los derechos LGTBIQ+ es exagerado”, ¿qué crees que pasa abajo, en los pasillos de un instituto? Pues que se normaliza la burla, el insulto y el rechazo.

El problema es que estamos dejando que el debate político se cuele en las aulas, y quienes lo pagan son los chavales. Chavales que solo quieren estudiar, tener amigos y descubrirse a sí mismos sin miedo.

Recuerda: no estás sol@

Si eres estudiante y sufres odio en tu centro educativo, aquí va lo más importante: NO estás sol@. Existe el Teléfono Arcoíris 028, gratuito, confidencial y abierto las 24 horas del día. Llama, pide ayuda, busca apoyo. Porque pedir ayuda no te hace débil: te hace valiente.

En Mr Gay España lo gritamos alto

En Mr Gay España lo tenemos claro: la diversidad no puede esperar. Ni en la política, ni en las leyes, ni en los institutos. Queremos una adolescencia en la que salir del armario no sea un acto heroico, sino algo tan normal como decir “odio los lunes”.

Y si alguien piensa que exageramos, que se dé una vuelta por cualquier patio escolar y escuche. El odio no es cosa del pasado: sigue ahí, pero también lo está la resistencia, el orgullo y las ganas de cambiarlo todo.

Y aunque la mochila pese, seguiremos caminando con ella hasta que ser visible deje de ser un acto de valentía y se convierta en algo tan cotidiano como respirar.