Hay temas que dividen más a los gays que una final de Drag Race: ¿pluma sí o pluma no?, ¿pop divas o techno berlinés?, ¿team Madonna o team Gaga? Pero si hay un debate que levanta pasiones en el colectivo, ese es el del bigote. Sí, ese pelazo facial que algunos consideran la cumbre del erotismo y otros, directamente, lo asocian a su tío del pueblo en las fotos del bar de carretera.

La verdad es que el bigote nunca ha sido un simple adorno capilar. En la cultura gay tiene un peso histórico que pocos se atreven a discutir. Retrocedamos unas décadas: años 70, represión, clandestinidad y ganas de gritar al mundo “sí, somos maricones y estamos aquí”. El bigote se convirtió en una señal de identidad, de masculinidad exagerada y de desafío al sistema. Basta con mirar los pósters de Tom of Finland, donde los marineros, moteros y obreros lucían mostachos que eran casi tan icónicos como sus pantalones de cuero ajustados.

Durante los 80, con el boom del movimiento gay en ciudades como San Francisco o Nueva York, el bigote era prácticamente uniforme. Los llamados “clones” —camiseta blanca, jeans ajustados, botas y bigote grueso— eran el prototipo del maricón sexy. El bigote era sinónimo de virilidad, de fuerza, de comunidad. Tanto, que acabó siendo también un símbolo de la lucha contra el VIH, ya que muchos de esos hombres que lo lucieron con orgullo fueron los primeros en plantar cara a la pandemia.

Pero claro, los tiempos cambian. Los 90 y los 2000 trajeron la era del afeitado perfecto, de la piel de bebé, del culto al metrosexual. El bigote cayó en desgracia, convertido en algo “pasado de moda” o, peor aún, en sinónimo de carca. El gay moderno se pasaba la cuchilla a diario y el vello facial parecía reservado a los osos más old school.

Y, de repente, ¡boom! Llegaron los hipsters, las barberías con neones y barbas esculpidas, y el bigote volvió a escena. Pero no era ya ese mostacho denso de clon ochentero, sino un bigote irónico, recortado, combinado con gafas de pasta y tatuajes minimalistas. El resultado: el bigote se coló en Instagram, en TikTok y, por supuesto, en Grindr, donde todavía hoy divide a los maricones entre los que suspiran por él y los que deslizan a la izquierda sin mirar atrás.

Entonces, ¿es sexy el bigote en los gays o no? Pues depende, cariño. Un bigote puede ser el mejor accesorio erótico si está bien cuidado: ni pelos en la comida, ni restos de espuma del brunch, ni cortes mal hechos que parezcan sacados de una tómbola. Un bigote trabajado, con intención, puede ser el toque final para convertirte en un Tom of Finland del 2025. Pero, ojo, porque un bigote dejado al azar puede tener el efecto contrario y convertirte en figurante de una película de Paco Martínez Soria.

Lo interesante es que el bigote no es solo estética: es actitud. Hay quien se lo deja como guiño fetichista, quien lo usa como símbolo queer y quien simplemente cree que le queda bien. Y es que, admitámoslo, un buen mostacho puede transformar tu cara, darte un aire misterioso y hasta subirte el caché en la discoteca.

En el mundo del sexo gay, el bigote es casi un fetiche por sí mismo. Basta con mirar hashtags como #moustachegay en Instagram o echar un ojo a ciertos perfiles de OnlyFans que basan su éxito en un simple bigote. Además, existen fiestas temáticas como la “Moustache Night” en varias capitales europeas donde el único dress code es llevar mostacho. Sí, has leído bien: bigote obligatorio para entrar.

Y luego están los referentes. Freddie Mercury, con su bigote fino que aún hoy arranca suspiros; George Michael, que lo recuperó en los 90 como emblema de deseo; o incluso las nuevas generaciones de influencers gays que lo combinan con crop tops y uñas pintadas, demostrando que el bigote ya no es solo símbolo de masculinidad clásica, sino también de reinvención queer.

Así que la próxima vez que te plantees dejártelo crecer, piénsalo dos veces: ¿quieres hacerlo como símbolo de poder, como guiño sexy o simplemente por probar? En cualquiera de los casos, recuerda que el bigote no es solo pelo, es una bandera, un código y, sobre todo, una invitación a que te miren más de la cuenta.

Porque al final, la pregunta no es si el bigote es sexy o no. La pregunta es: ¿a quién no le pone un maricón con bigote?