Después de años de contención, silencio institucional y matrimonios escondidos tras biombos de papel, Japón por fin ha dado un paso histórico hacia el reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo.
No es todavía un “sí, quiero” completo… pero ya huele a boda y a sake servido con orgullo.

El gobierno japonés ha aprobado una serie de reformas legales que amplían los derechos civiles de las parejas homosexuales, permitiéndoles acceder a beneficios que antes solo tenían los matrimonios hetero: visitas hospitalarias, herencias y el reconocimiento en contratos de vivienda o seguros.
En pocas palabras: se acabó eso de “usted no es familia, no puede pasar”. Ahora sí pueden decir watashi no marido con todas las letras.

Estas medidas nacen después de que varios tribunales —especialmente en Sapporo y Osaka— declararan que impedir el matrimonio igualitario es inconstitucional. Y cuando los jueces japoneses se mojan, el resto del país tiembla. Porque si algo tiene Japón, es que va lento, pero cuando arranca, no hay quien lo pare.

Aun así, el Parlamento sigue sin aprobar el matrimonio igualitario como tal. Lo que hay ahora es una especie de “matrimonio de hecho 2.0” que, aunque suena a parche, es un salto enorme para un país donde la comunidad LGBTQIA+ todavía vive con prudencia y mucha etiqueta.

Las asociaciones queer japonesas celebran esta victoria parcial con la serenidad que da el té verde, pero también con la esperanza de que el arcoíris acabe cruzando por fin todo el monte Fuji. 
Y mientras tanto, el resto del mundo observa cómo el país del manga, el sushi y la tecnología se acerca por fin a la modernidad afectiva.

Porque ya era hora, querida: ni las geishas ni los samuráis podían ocultar más que el amor también tiene derecho a ceremonia, anillo y karaoke a dúo.